Textos: Cristina Espitia Rosso
Especial para los lectores de Revista EXPECTATIVA 40 Años
En mi filosofía de vida contemplar el pasado y el futuro no es relevante, porque el pasado ya se fue, no existe, el futuro aún no sabemos si lo vamos a conocer, pero en momentos de crisis como en el que nos encontramos en nuestro país, a veces es reconfortante dar un vistazo al pasado, sobre todo cuando se tienen tantos recuerdos de infancia lindos, inocentes, de paz y felicidad en la tierra que nos vio nacer y que pueden servir de esperanza a las nuevas generaciones para reconquistar todo lo que hemos perdido y poder vislumbrar un futuro mejor.
Córdoba es un departamento bendecido por Dios, tiene las mejores tierras para la productividad. Hace unas cuatro décadas sus campos eran pintados de muchos colores que se divisaban a lo lejos con los cultivos de algodón, sorgo, maíz, yuca, batata, plátano, entre otros, así como muchos árboles frutales de guayaba, aguacate, níspero, zapote, guama, mango, piña, guanábana, limón, naranja y grandes extensiones de sabana llenas de pasto para el ganado; ese paisaje estaba adornado con un sol radiante y con pocos kilómetros de playa de ese hermoso mar, pero que nos permitían disfrutar del paraíso.
De ese lienzo pintado de muchos colores, también hacían parte, la ganadería reconocida en todo el país, la abundancia de peces en el rio Sinú y sus caños, gallinas, patos, cerdos, y muchos animales que se criaban para el comercio y para la alimentación, en las fincas y cualquier patio de cualquier casa por muy pobre que fuera. No había pobreza, el que menos tenía cosas materiales, contaba con un techo donde vivir en paz, y podía disfrutar de una buena alimentación.
La gente de Córdoba, llamada sabanera, se diferenciaba de los demás costeños, por su manera de alimentarse, por su cálido corazón, por su solidaridad, por su sencillez, por el respeto por los demás, por su deseo de superación. La amistad era algo sagrado, los vecinos eran respetados, había amor, al menos eso fue lo que yo grabé en mi memoria de niña y de adolescente, antes de decirle adiós a Córdoba, y que aún conservo en mi corazón y en mi mente.
Desafortunadamente la vida en ese paraíso empezó a cambiar, porque ninguna sociedad es estática, pero hay cambios que son para bien y otros para deteriorar lo existente. En ese entonces en Córdoba al igual que ahora había clases sociales, ricos y pobres, pero de alguna manera había justicia social, respeto por el otro y por las instituciones, valores que por desgracia se perdieron con la llegada de los flagelos de la droga, la corrupción y la
violencia de actores armados, lo cual ha cambiado la conciencia, el corazón y la mente de las personas.
La realidad que tenemos hoy ha desdibujado ese paisaje armonioso. Ya no hay respeto por los otros ni por la vida, hay demasiada intolerancia y violencia, ya nadie cree en las instituciones, no se respeta a la naturaleza. Ahora hay hambre, desempleo y las oportunidades dejaron de ser para todos, se ha roto el tejido social.
Es hora de escuchar nuestra consciencia y nuestro corazón, para poder reconstruir ese tejido social pintado de muchos colores: El de las oportunidades de vivir dignamente y en paz como solíamos hacerlo antes, respeto por la vida, por la diferencia de opiniones, de ideologías, de creencias, donde desaparezca la pobreza y la miseria que hoy abruma a una parte importante de la población, así como las oportunidades de estudiar y trabajar. Dios bendiga a Córdoba para que vuelva a ser el departamento hermoso, próspero y lleno de gente maravillosa.