Recientemente, hacíamos referencia acerca de la inversión del 0,24% del PIB, en ciencia, tecnología e innovación – CTI, que tiene Colombia; bastante irrisoria en relación con el número de países que conforman la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico – Ocde. Aumentar la inversión en CTI, incrementaría la riqueza de las naciones; así como su PIB per cápita. Lo anterior, es una característica de las economías industrializadas. Contrario a ello, en América Latina, y en particular, Colombia; el desarrollo de políticas en CTI ha sido tardío, y no obedece en principio, a iniciativas propias de los países de la región; son el resultado de extender la mirada hacia Estados Unidos y Europa, como referentes. En este sentido, es importante enfatizar las políticas públicas que generen las condiciones para el desarrollo científico y tecnológico, de esta forma, transitar y avanzar hacia una economía del conocimiento que permita, por medio del avance científico y tecnológico alcanzar altos niveles de crecimiento económico, desarrollo y bienestar social.
Revisemos algunos modelos y referentes internacionales de sociedades que hicieron de la economía del conocimiento, otra manera de pensar y concebir novedosas estrategias para generar desarrollo económico; países que constituyen los llamados «Tigres asiáticos», tales como: Singapur, Corea, Taiwán, Japón; además, China y Corea del Sur; entre muchos más. Hace 50 años, estaban en condiciones difíciles como naciones. ¿Qué hicieron para lograr niveles de desarrollo tecnológico, económico y bienestar social? Entendieron que la teoría desarrollista sobre la tenencia de recursos naturales y posición estratégica no era suficiente y los excluía. Por consiguiente, sus gobiernos implementaron una apuesta visionaria, prospectiva y sostenible, centrada en el conocimiento, e invirtieron gran parte de su PIB en ciencia, tecnología, innovación y formación de capital humano; es decir, formaron académica y científicamente a su juventud. Construyendo un presente de adelantos científicos, desarrollo económico y bienestar colectivo. Se convirtieron en referentes de la economía del conocimiento. Estos logros en materia de desarrollo económico han sido alcanzados sin poseer en sus territorios abundancia de recursos naturales; en cambio, se convirtieron en grandes productores de conocimiento que se materializa en creación de tecnologías e innovación científica.
En este contexto, Colombia tiene mucho que aprender; dado que, se debe estructurar una agenda pública y estratégica para construir una política de Estado que defina la hoja de ruta en materia de ciencia, tecnología e innovación; asimismo, incrementar los recursos financieros para el logro de lo anteriormente dicho. Para ser competitivos, no es suficiente legislar y construir normas; es necesario invertir en ciencia, tecnología e innovación; que genere conocimiento científico para hacer competitivo los sectores estratégicos del país. Persistir en lo mismo de siempre, es continuar creando normas descontextualizadas de las prioridades del país; por ejemplo, el decreto 1651 de 2019, que creó el Sistema Nacional de Competitividad e Innovación SNCI, basado solo en la industria y producción, excluyendo las universidades responsables del 95% de la investigación científica en Colombia; igualmente, el proyecto de ley 132/2024C que pretende otorgar el manejo a los departamentos y municipios del 98% de los recursos del sistema general de regalías; desconociendo los focos priorizados por la Misión de Sabios.
Lo anterior, reafirma la miopía del país político, que, persistentemente, desconoce el liderazgo transformador de la ciencia para el desarrollo científico y tecnológico del país.