Recientemente, las calles de las principales ciudades del país fueron escenario de movilizaciones y manifestaciones sociales que iban en contra del Gobierno y las reformas que se vienen impulsando en el Congreso de la República. Estas expresiones legítimas de la ciudadanía fortalecen la democracia y manifiestan el inconformismo y sentir de la gente, reclamando cambios, transformaciones, demandas y necesidades postergadas.
Por ello, es deber del Gobierno escuchar los reclamos y exigencias del pueblo; a la vez, atender y resolver mediante el diálogo y la acción institucional esta difícil situación que se está viviendo en Colombia.
Las marchas como expresiones democráticas no son ajenas a la polarización política, donde se construyen narrativas cargadas de sectarismos; una constante en la trágica historia política del país; caracterizada por una mutua satanización entre izquierda y derecha, reflejado en un fanatismo irreflexivo, cargado de una violencia verbal y moral que excluye al otro por pensar diferente; condicionando la frágil cultura política y convirtiendo la democracia en un campo de batalla colmado de odios y exclusiones; no en el ágora pública donde se pueda deliberar sobre el proyecto de nación que debemos construir desde la pluralidad.
Los protagonistas en esta confrontación son las narrativas políticas de un lado y otro, satanizándose en la medida en que se niegan mutuamente; donde anularse es reafirmarse; su coexistencia deliberativa hace posible la democracia.
Recordemos las distintas etapas de la vida política nacional; cargada de resentimientos y violencias que persisten; construyendo políticamente una generación huérfana e impidiendo el surgimiento de una generación inaugural; al mismo tiempo, empobreciendo la democracia.
Otro actor que alimenta la satanización es la intromisión de algunos medios de comunicación que toman partido en la polarización política; desviando la objetividad y función educativa que corresponde a una democracia; del mismo modo, el uso incontrolado de las redes sociales y las llamadas «bodegas» construyendo relatos de posverdad que influyen en la desinformación y violencia mediática.
En consecuencia, izquierda y derecha construyen y difunden entre su militancia y simpatizantes una narrativa política alrededor: del bien y el mal, verdad y mentira, justicia e injusticia; representando la polarización y extremos de la vida política nacional defendida con métodos y formas por fuera de los cauces institucionales, bajo la lógica de la lasitud y permisividad; es decir, el fin justifica los medios.
En este sentido, es comprensible que la política es acción, y una opción política tiene que definirse desde un ideario que pueda defender y difundir; pero esta defensa debe hacerse dentro de los cauces institucionales y democráticos; recurriendo a las ideas y argumentos que enriquezcan de manera constructiva el debate público; que supere los odios que enferman y degradan la vida pública y la democracia.
En esta dirección, las opciones políticas de izquierda o derecha están llamadas a repensarse y refundarse permanentemente; de esta forma, responder a las necesidades sociales; ello implica, acuerdos de coexistencia que superen la mutua satanización y construir escenarios para una democracia bien pensada, donde predominen las ideas y la racionalidad. La democracia colombiana tiene la oportunidad de repensarse y fortalecerse desde el reconocimiento real de la pluralidad y diversidad política; el hecho de tener el primer gobierno de izquierda en la historia de nuestra democracia demuestra que es posible convivir sin destruirnos mutuamente.