El pasado 5 de noviembre, los estadounidenses eligieron a Donald Trump, presidente; convirtiéndose en el N° 47 de la Unión Americana. El regreso de Trump a la Casa Blanca, con respaldo masivo de la ciudadanía americana es la muestra de la crisis de la democracia liberal; a la vez, un indicador, de cómo están muriendo las democracias en una nación modelo de democracia en occidente.
La elección de Trump ejemplifica la crisis de las democracias; no solo de Estados Unidos, sino del mundo. Analicemos lo que representa el modelo Trump para las democracias; en especial, la norteamericana. En análisis anteriores, hemos hecho referencia a como están muriendo las democracias; desde la caída del Muro de Berlín y la presidencia de Barak Obama; la política exterior, estadounidense estuvo centrada en la defensa de la democracia. Claro está que, esto no fue la regla general, existieron múltiples excepciones; sobre todo, cuando los intereses norte americanos estuvieron en riesgo como en China, Rusia, Oriente próximo; en estos casos la democracia desapareció de la agenda política y diplomática, situación que contrasta con las acciones emprendidas en África, Asia, Europa del Este y Latinoamérica; en estos lugares, la línea de conducta de los gobiernos norteamericanos ha sido utilizar la presión diplomática, cooperación económica y las prácticas de política internacional para oponerse a distintas formas de autoritarismo y construcción de escenarios democráticos; en ello ha consistido la política internacional de Estados Unidos después de la Guerra Fría.
En este sentido, el período comprendido entre 1990 y 2015; el cuarto de siglo más democrático en la historia mundial; en ocasión a que las potencias occidentales respaldaron de manera generalizada la democracia; especialmente, América Latina. Este contexto cambio de forma drástica el primer gobierno Trump; Estados Unidos abandona su papel de líder, defensor de la democracia. Los ejemplos son evidentes para probar lo anterior: Un presidente que atacó y censuró la libertad de prensa, amenaza a sus adversarios que considera enemigos, donde el insulto sustituye los argumentos y razones, promueve la supremacía blanca, incentiva la discriminación racial, impulsa a sus seguidores a la violencia, niega la ciencia y su liderazgo frente a la pandemia y el calentamiento global; desconoce los resultados electorales.
Estos tipos de comportamiento muestran un talante autoritario y antidemocrático; convertido en fuente de inspiración para autócratas y dictadores de otras partes del mundo. Argumentos que evidencian una recesión democrática, convirtiendo la democracia en una causa frágil, ocasionada por complejidades sociales internas como: el terrorismo interno, extremismos, consumismo, inmigración, discriminación racial, latentes en la sociedad norteamericana; situación que los demócratas no pudieron responder. En este orden, la victoria electoral de Trump responde a esas necesidades que totalizó en una narrativa mesiánica, redentora, nacionalista; centrada en la supremacía racial americana; este mensaje encajó perfectamente en una sociedad con miedos, frustraciones y vacíos.
Los años venideros mostrarán, si logró unir la nación, reconstruir la clase media, superar la discriminación racial frente a la migración, el aborto y el fenómeno social trans. Un desafío, que muchos consideran poco probable; teniendo en cuenta la línea de conducta de Trump. La experiencia de la democracia americana es un modelo para ver el rumbo de las democracias en las próximas décadas.