Celebramos el día del maestro y la maestra.
En esta ocasión, es oportuno reflexionar sobre una profesión que forma y transforma vidas; simbolizando un Prometeo valiente y decidido que da luz, que desde el conocimiento libera a los hombres del oscurantismo. En particular, en estos tiempos confusos y angustiosos, momentos de soledad y falta de referentes definidos; época de incertidumbres y desconfianzas en las instituciones y quienes la representan, donde la gente se siente engañada, frustrada, excluida y traicionada en medio de una función de maestro relegado. Los momentos que transitamos, demandan liderazgo de maestros que trasciendan y se conviertan en referentes de inspiración y motivación para las presentes generaciones. No olvidemos que, atravesamos, más que una crisis económica, una crisis del modelo de vida líquido, difundido y normalizado; donde gran parte de la sociedad lo contempla, y que hoy esperan la salvación de quienes nos han llevado hasta ahí. No hay que olvidar, que el liderazgo de los maestros consiste en recuperar los valores morales sustituidos por las lógicas del mercado; donde todo tiene precio; propio de una sociedad consumista.
Esta generación de maestros no debe ser de simples espectadores; sino, liderar esta causa emancipadora con principios y convicciones. Continuar trabajando de manera decidida por restaurar la memoria y construir desde la educación un referente para los jóvenes que necesitan reconocerse y ser reconocidos. Retomando las palabras del papa Francisco: «…insistimos en la necesidad de mantener la memoria del futuro, no sustituir el camino por recorrer, por detenernos en cualquier oasis, que representa un espejismo, que ha hecho cambiar el rostro humano por las pantallas de televisión; lo real por lo virtual, las preguntas que desgarran por las respuestas fáciles; lo fácil anestesia». Por ende, la preocupación y ocupación del maestro son los niños y jóvenes que necesitan una formación integral para transformar sus vida y entorno social.
Todo maestro debe despertar de la simplicidad y promover la expansión de un saber que motive en los alumnos, una vocación por el conocimiento. Asimismo, privilegiar la investigación como disciplina del ejercicio docente, un ser capaz de actuar frente a otras formas de pensar, que sea un crítico de su propia autonomía, que pueda orientar con entusiasmo el desarrollo cognitivo de sus alumnos. Es la mejor forma de lograr que el alumnado tenga la voluntad de esforzarse por llegar a la claridad y disciplina del saber. Un maestro con liderazgo, comprometido con la sociedad; que haga del diálogo académico una convicción y provocación; que pueda desde su disciplina científica, interpretar los lenguajes y expresiones del contexto sociocultural en el aula. Por ello, el maestro debe responder con valentía a desafíos presentes y futuros en la formación de niños y jóvenes; de esta forma, coadyuvar en la construcción de un orden social justo, solidario y humano; no perpetuar el actual sistema elitista y desigual del mundo.
En consecuencia, los maestros y maestras que ya poseen un saber pedagógico tienen el deber moral de esforzarse por actualizarlo y compartirlo con los docentes en formación. Recuerden, maestros, que un título académico no puede centrarse en el bienestar personal, sino en un imperativo moral por construir una mejor sociedad. Que sea, un maestro con liderazgo, vocación y convicción para formar y transformar el presente.