En la columna anterior, me refería a que los colombianos hacemos parte de una generación huérfana, como resultado del peso de la historia; representado en las complejidades, ausencia de liderazgo, alternativas y salidas a los problemas estructurales que condenan al subdesarrollo. Lo anterior, no es una tesis resuelta, ni especulativa, sino que, la realidad social y la evidencia histórica lo testifican. En este sentido, es necesario que emerja una generación inaugural con liderazgo renovado, que impulse y propongan alternativas de cambio real. En las últimas dos décadas, el país centró la narrativa, el discurso político y la acción estatal, alrededor de la seguridad ciudadana como condición indispensable para lograr desarrollo y prosperidad social; efectivamente, esta narrativa se asentó en amplios sectores de la sociedad, que, por medio del ejercicio democrático validó esta narrativa y a sus representantes. Política de seguridad que permitió el control y eliminación de actores armados ilegales; incluso la negociación política, dejación de armas y desmovilización de estos. Pero, la realidad histórica y peso de la historia nos muestra que la narrativa de la seguridad continúa; no como eje cohesionante, ni articulador de la narrativa política actual. La ciudadanía se siente insegura, un sentimiento generalizado y expresado de diferentes formas: masacres, desplazamientos, eliminación de líderes sociales y ambientales, etc. Inseguridad que se acentúa con la ausencia de políticas sociales integrales en materia de empleo, salud, educación, saneamiento básico; entre otras. No hay quien atienda las necesidades de la población; especialmente, los más vulnerables, lo que se profundizó con la pandemia de la COVID-19; pobreza e indigencia; de igual forma, la informalidad laboral.
Todo lo anterior, es un escenario propicio que ahondó el caos social y la incapacidad institucional; pero a la vez, es un desafío a la institucionalidad y la dirigencia política para poder construir respuestas y alternativas posibles que respondan a esta realidad; lo que implica repensar el actual orden social y el proyecto de nación. En este contexto, los colombianos se inclinarán por las propuestas políticas que mejor salidas le den a la crisis social. Por ello, los partidos políticos tradicionales se equivocan cuando intentan mantenerse en el poder utilizando las estrategias del pasado; las misma de siempre: el miedo, estigmatización, clientelismo, compra de votos… La ciudadanía está cansada e inconforme, exige propuestas serias; además, un discurso político que trascienda la polarización y el señalamiento.
Por consiguiente, la política tradicional ha creado las condiciones propicias para que, del sistema democrático emerjan las propuestas políticas alternativas que han venido surgiendo a través de coaliciones y acuerdos programáticos; propuestas políticas y sociales que interpretan y conectan con la realidad nacional y necesidades de la población; convertidas en opciones de poder real. Somos una generación huérfana, carente de liderazgos renovados que no trasciende el plano institucional de sus partidos, que no propone un cambio real. Solo piensan en las conveniencias burocráticas y un poder que les garantice los privilegios de siempre. Colombia necesita liderazgo inaugural, que interpreten, conecten y respondan al país con alternativas transformadoras.