Por: Erasmo Elías Zuleta Bechara
Hace cuatro años, un informe del Foro Económico Mundial fue contundente: más de la mitad del Producto Interno Bruto (PIB) mundial depende moderada o intensivamente de la naturaleza. Los sectores económicos más dependientes son la construcción, la agricultura, y el sector de alimentos y bebidas, respectivamente. Previo a esta conclusión, y paradójicamente, el mismo informe resaltaba que la extinción del 83% de los mamíferos salvajes y la mitad de todas las plantas ha sido causada por los más de 7,6 mil millones de habitantes del mundo.
Los fenómenos climáticos que hemos presenciado en los últimos días también evidencian la fragilidad a la que hemos sometido a la naturaleza. Por ejemplo, el caudal del río Amazonas en Colombia disminuyó en un 80%, y la región de la Amazonía pasó de presentar 4 grandes sequías en 100 años, a 4 en menos de 25 años. En Brasil, el río alcanzó su nivel más bajo en 122 años. El sureste de los Estados Unidos, en menos de 15 días, fue azotado por los huracanes Helene y Milton, causando cientos de muertos y miles de millones de dólares en pérdidas.
Sin embargo, la importancia económica que la naturaleza tiene para la raza humana no se corresponde con la importancia que le damos. Un artículo publicado en 2021 en Project Syndicateseñalaba que, mientras el mundo invierte USD 143 mil millones por año en actividades que benefician o protegen a la naturaleza, los recursos invertidos anualmente en actividades que la perjudican ascienden a USD 967 mil millones, lo que significa que existe un desfase de más de USD 800 mil millones por año.
Es precisamente reconociendo estas brechas que uno de los cuatro objetivos de la COP16, que se llevará a cabo del 21 de octubre al 1 de noviembre en la ciudad de Cali, consiste en lograr acuerdos sobre la financiación para proteger la biodiversidad para 2030. Necesitamos trascender estos diagnósticos y pasar de elementos aspiracionales a acciones concretas. El tiempo avanza y, mientras tanto, como lo informó la revista The Economist en su edición más reciente, el tráfico ilegal de especies en Latinoamérica y Asia ha crecido, y la minería ilegal y la deforestación avanzan sin control.
Las oportunidades de inversión y protección de la biodiversidad están en Colombia. Por ejemplo, desde el Departamento de Córdoba, el Proyecto Vida Manglar, cuyo objetivo es evitar la emisión de aproximadamente 939 mil toneladas de CO2 a la atmósfera en los próximos 30 años, y el potencial igualmente relevante que tiene la Ciénaga de Ayapel (sitio Ramsar) son oportunidades únicas para ayudar de manera efectiva a la protección de la biodiversidad y, de esta forma, contribuir a prevenir los efectos negativos del cambio climático.
Bien dice el refrán popular de Lope de Vega: «Obras son amores, y no buenas razones». Esto aplica no solo para el amor, como en su comedia, sino también para el cuidado de la biodiversidad. Llegó el momento de actuar para protegerla, y aquí Colombia es una potencia mundial, especialmente en nuestra costa Caribe, con tres sitios Ramsar: el Complejo Cenagoso de Ayapel, el sistema Delta Estuarino del Río Magdalena-Ciénaga Grande de Santa Marta, y el Complejo Cenagoso de Zapatosa.
*Gobernador del departamento de Córdoba