Luego de las elecciones realizadas en Estados Unidos, donde se escogió como presidente a Donald Trump; un gobernante con un liderazgo autoritario que reafirma sus características y talante con que gobernó y continuará gobernando al país más poderoso del planeta. Sin duda alguna, este segundo mandato de Trump es una nueva prueba para la democracia norteamericana y el resto de las democracias occidentales. Es importante comprender, que, pese al carácter autoritario, egocéntrico y xenofóbico de Trump; esta democracia norteamericana está cimentada, no solo sobre la base de una estable constitución que fue redacta en el año 1787, que representa el pacto y/o acuerdo que funda y constituye la Nación americana, complementada con una riqueza nacional, amplia y próspera clase media, sociedad civil organizada, división de poderes y sólidas reglas democráticas; condiciones que garantizan la solidez, estabilidad y sostenibilidad de un sistema democrático; cuyo efecto es la gobernabilidad, legitimidad y orden. Cuando estas condiciones son inexistentes, un sistema democrático es débil y vulnerable. Estas condiciones se pusieron a prueba durante los cuatro años del primer mandato de Trump como presidente. Recordemos que, en las elecciones anteriores, donde Biden se impuso a Trump; este último utilizó una estrategia centrada en la retórica, con la narrativa propia de su estilo autoritario; señalando que hubo fraude, que, además, le habían robado las elecciones; algo que afirmó sin aportar pruebas. Con esta narrativa, estaba desconociendo una de las reglas de un sistema democrático: permitir que el poder electoral actúe.

Esta estrategia de generar miedo y mover la ciudadanía en una dirección; responde al talante de quienes ejercen el poder de forma autoritaria; la naturaleza del poder despótico y opresor consiste en tratar de someter la voluntad de los otros a la voluntad de quien lo ejerce; desconociendo las reglas de funcionamiento del sistema democrático; no solo en EE. UU., sino en todas las democracias. La nueva era Trump y quienes lo acompañan en su gobierno, responde a un grupo de poderosos billonarios que, reivindican y defienden la supremacía del hombre blanco americano; bajo la consigna: «América para los americanos». Esta es una muestra de la línea de conducta con la cual gobernarán a Estados Unidos y orientarán la política internacional. Lo anterior, lo evidencian las decisiones tomadas por medio de decretos presidenciales en materia de repatriación de inmigrantes, cierre de la frontera con México, aumento de aranceles a las importaciones, negación del cambio climático, iniciativas de neocolonialismo frente a Canadá, Groenlandia y Panamá; además de esto, el menosprecio por América Latina.

Este es el escenario donde se moverá la geopolítica internacional; con el resurgimiento de nuevos nacionalismos centrados en la supremacía racial y la negación de los principios esenciales de la democracia liberal. El Gobierno Trump amplía la percepción creciente de que la democracia está en un período de retroceso en el mundo; en donde los casos abundan en la geografía global. Para Larry Diamond, una de las autoridades académicas en teoría de la democracia, considera que nos hemos internado en un período de recesión democrática. Una de las lecciones más importantes que refleja las elecciones de los Estados Unidos es la necesidad de defender y proteger la democracia; lo que solo se logra cuando hay respeto, reconocimiento y acatamiento de las reglas democráticas y el orden institucional.

Por ello, el ejercicio del poder debe realizarse en el marco del orden institucional, respetando y protegiéndolo; es una de las formas de recuperación democrática. Todas estas lecciones apuntan a impedir la imposición de una lógica del poder única y supremacista, que reivindica una sola visión y forma de ver el mundo. Lo que suceda en Estados Unidos los próximos años de la era Trump, determinarán el presente y futuro de las democracias.

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