El pasado 9 de noviembre se cumplieron 35 años de la caída del Muro de Berlín; esa noche de noviembre de 1939, el mundo veía caer un muro de 155 kilómetros; símbolo de la división alemana y del mundo. El muro, como consecuencia del fin de la Segunda Guerra Mundial, creó un mundo dividido en dos bandos; por un lado, el comunismo en cabeza de la Unión de Repúblicas Socialista Soviéticas Urss. y, por otro lado; el capitalismo en cabeza de Estados Unidos. Este período que transcurrió desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la caída del Muro de Berlín en 1989, denominado Guerra Fría. Período definido por Jürgen Habermas, como nuestro breve siglo XX.

La caída del Muro de Berlín significó un acontecimiento sin precedentes: fue el inicio de un nuevo orden internacional, fin de la Guerra Fría, la reunificación alemana y fortalecimiento de la democracia liberal. De igual modo, surgieron los teóricos e ideólogos del nuevo orden; entre ellos, Francis Fukuyama; quien en su libro «El fin de la historia y el último hombre» sostiene que, con el capitalismo y la democracia liberal, la humanidad llegó a su último estadio de evolución; el fin de la historia. Aquí, Fukuyama se equivocó, porque el capitalismo como modelo económico del nuevo orden internacional, no logró los niveles de equidad, igualdad y justicia social que esperaba la humanidad; profundizando con ello, las inequidades sociales al interior de los Estados. El liberalismo económico aplicado: el Neoliberalismo fracasó en la fórmula implementada sobre las libres fuerzas del mercado, lo que garantizaría la equidad y bienestar social; una enorme falacia, porque permitió la acumulación de riquezas en pocas manos; contrastando vergonzosamente con la pobreza y pauperización de amplios sectores sociales. Fracasó el Neoliberalismo como paradigma económico del nuevo orden internacional. Por su parte, el liberalismo político centrado en la defensa de la democracia liberal; que tiene su origen a mediados del siglo XVII, cuando finalizaron las guerras de religión en Europa; el liberalismo pretendía ser un medio para garantizar la vida, la paz y la seguridad; con ello, convirtiéndose en una solución institucional al problema de gobernar y dirimir pacíficamente la diferencias en sociedades plurales. Este es el desafío de las democracias liberales; tratar de garantizar el orden social, en un escenario plural, diverso y convulsionado; donde han reaparecido los nacionalismos, la supremacía racial, restricción de derechos que está en contravía con la declaración de igualdad entre los hombres, contenida en las teorías de los representantes del liberalismo como: Thomas Hobbes y John Locke y, en documentos fundacionales como la declaración de independencia de Estados Unidos; la declaración de los derechos del hombre y el ciudadano de la Revolución francesa; permitiendo por parte de los regímenes liberales, mayor inclusión y equidad social.

En este sentido, el liberalismo entra en choque con las doctrinas nacionalistas centradas en la religión y, que, limitan los derechos de los grupos raciales, étnicos, sexuales y otros grupos sociales. Esta tensión entre nacionalistas y liberalismo político pone en crisis las democracias liberales y un escenario geopolítico global de incertidumbres, un mundo más dividido, con avance de regímenes autocráticos, conflictos en oriente próximo y la guerra en Ucrania.

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